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BIER UND FREIHEIT

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lunes, septiembre 22, 2008

Zutaten

¡Sehr geehrte Damen und Herren, mit Ihnen, die Zutaten!


Tras varios meses de sequía, y pese a un cambio de estilo en lo que a la entrada se refiere, he vuelto. Quería empezar el año de manera diferente, y me salió esto. No obstante, el cambio es temporal (una entrada, vamos); por lo que más tarde intentaré volver a lo de siempre.

Se trata todo esto de un homenaje: un homenaje a una genial banda de música y a un amigo.
Como habrán podido comprobar los hablante de la Theodisca Lingua, la oración de arriba no es más que una presentación (algo así como: Damas y caballeros, con todos ustedes, los Zutaten)



Zutaten (en alemán: ingredientes) es un grupo granadino que empezó a rodar no hace mucho y que, gracias a su música, han conseguido grabar ya un disco y han realizado una gira por toda España. Una gira, a la que tuve el placer de asistir (sólo en Madrid, claro), y que me demostró que todavía surgen grupos de Punk Rock con una frescura y una calidad envidiables.


Para ser sincero, no sabría muy bien cómo definir al grupo; no soy un especialista en música, y creo también que marcan un estilo propio, díficil de clasificar. Para ello, nada mejor que la definición que ellos mismos se dan:

"Echad la llave a las neveras, no dejéis que salgan a la calle vuestros seres más queridos, atad fuerte al perro y comprad lejía y comida... Zutaten ha llegado a la ciudad. ¿Qué se puede esperar de la reunión de estos cuatro ingredientes?: Un batería procedente del trash metal más extremo, un guitarra punky al que le tienen prohibido tocar ska en el ensayo, un bajista al que le va el heavy más casposo, y un cantante que desprende glamour por los cuatro costados... Ellos son Zutaten, y están aquí para quedarse."


Podría surgir la pregunta de que por qué me he ido a fijar en un grupo granadino todavía en pañales. La respuesta es bien sencilla: uno de los integrantes de la banda es amigo mío.
Un amigo, al que el tiempo no cambia, y que me ha demostrado que la amistad puede ser eterna, y que los sueños, si se persiguen, se alcanzan.

Sólo me queda decir, que les deseo un gran futuro y que persigan, por siempre, su sueño.

Damas y caballeros, con todos ustedes, Zutaten





sábado, mayo 17, 2008

Una ventana al mundo

Quiero abrir una ventana, que me lleve de aquí a allá, a distinto mundos de distinta arena y distinto mundo. Quiero abrir una ventana, para sentir lo nuevo cada día, el cada día de un nuevo mundo.

Todo me va bien —pensó.

Las paredes se giraban en torno a si; todo estaba oscuro, como casi siempre. Se sentó en la pared del norte, la más fría. Era sin duda su lugar favorito. Hacía mucho calor a esas alturas del año y lo menos que podía hacer para refrescarse era pegar su espalda desnuda a la fría piedra. La piedra le transmitía el sosiego y la quietud que tan a menudo echaba en falta. Le recordaba al silencio mortal de las catedrales románicas, donde el mundo parece a veces que se detuvo, entre ruido de monjes y sacristanes, de piedad y rosario. La sobriedad y el frío como distintivos del alma humana. Todo eso lo tranquilizaba.


Otro día igual —murmuró.

No había nada que hacer, solo dejar pasar el tiempo. Cogió una piedrecita y empezó a jugar con ella. La lanzaba al aire e intentaba cogerla a la primera. Al poco se cansó de tan insulso e infantil juego. Toda la tarde se extendía ante él y el sopor (tan típico de esas horas y lugares) empezaba a adueñarse de él.

Podría echarme una siestecita. Total, no tengo mucho más que hacer, pensó.

Cuando el sopor estaba a punto de atraparlo, dos minúsculos puntos rojos en la lejanía llamaron su atención. Dos puntos rojos fijos en él, retándole a sostener la mirada.

Ahí os podéis quedar, puntos. A un viejo perro osáis retar —gritó fuera de sí.

Los puntos se apagaron por un momento, para aparecer segundos después en la otra esquina. Mantenía su mirada, sin descanso, como si de ello dependiera su vida. La lucha podía durar horas, tal era el aburrimiento del lugar. En este caso se puede ver el cambio que se produce en un hombre por la soledad y el aburrimiento. Las cosas más nimias se tornan vitales, casi una carrera por la supervivencia. La locura, no menos importante, acecha también desde todas las esquinas; un hombre gritándole a unos puntos rojos no es cosa muy cuerda.

Y así se pasó la tarde, así como todas las tardes de las tardes de la vida.

Al llegar la noche, en medio de la quietud del lugar, se pudieron escuchar unos pasos. Se detuvieron junto a la puerta y tras un sonoro tintineo de llaves la puerta se abrió. Los puntos rojos, que había desaparecido hacía tiempo, encontraron un digno sucesor. Una figura blanca, con las manos en las caderas, se plantó en la puerta. Ya no había puntos rojos, sino un destello, que todo cegaba. Extendió la mano, bendiciendo la estancia.

Otro día más, eh muchacho —dijo.

Y los que me quedan, padre, y los que me quedan.

martes, mayo 06, 2008

La laguna

Un viento atroz azotaba incesantemente las aguas de la laguna. Ésta se encontraba al borde de un bosque de robles y abedules. Unas piedras roídas la flanqueaban por el norte, haciéndola parecer un salón de espejos.

La laguna emanaba una pasmosa tranquilidad. El movimiento de sus olas recordaba al titilar de las estrellas, y el sonido de éstas rompiendo contra la orilla hacía estremecer al hombre más valiente. Al caer el sol, sus aguas se tornaban negras, más negras que el mismo infierno, tan negras como la propia oscuridad.

Una tarde de verano, una hermosa joven acudió como hacía cada tarde a sentarse en las piedras de la laguna. Esbelta y risueña, la joven escaló pausadamente una de las rocas. Su pelo era oscuro y formaba unas resueltas ondulaciones que recordaban a las de la laguna con el viento. Cuando terminó de escalar se sentó, y echándose el manto sobre las piernas se puso a contemplar el paisaje.

Desde niña adoraba la laguna, era algo que le hacía sentir feliz, liberada. Desde allí podía contemplar la inmensidad de la llanura a sus espaldas, y también, de frente, veía el bosque y sus secretos. Mientras que todo esto le provocaba un leve sentimiento de ansiedad y desasosiego, al bajar la vista a la laguna, todo desaparecía. Sólo ella y la laguna; todo era misterio y soledad, los pilares de su vida.



Esa tarde, la laguna presentaba un aspecto ligeramente distinto: sus aguas eran más negras que de costumbre. La joven, ajena al cambio, seguía mirando embelesada esas aguas que tantos recuerdos le traían.

Pequeñas lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. Sin quererlo, se había contagiado del nuevo espíritu de la laguna. Ahora estaba triste y, para su desesperación, no sabía porqué.

El otrora viento cálido se transformó en un gélido ventarín que le hizo estremecer. Una suave neblina apareció, espesándose con el paso de los minutos.

La joven, aterrorizada, veía como una figura se iba aproximando a la laguna. La extraña figura se fue haciendo cada vez más clara, hasta que en los ojos de la joven se vislumbró una sensación de reconocimiento.

La joven estaba pálida, aterrada; era incapaz de reaccionar.

— Has vuelto...—se atrevió a decir en forma de suspiro.

—Sí. —respondió simplemente la figura.

La joven sintió un repentino deseo de abalanzarse sobre él, y caer rendida en sus brazos; pero sus piernas no se lo permitían, estaba paralizada.

—No vengo para quedarme. Estoy aquí para despedirme.

Un leve escalofrío recorrió a la joven. No comprendía lo que pasaba. No podía ser cierto.

—Pero...qué...por qué —dijo entrecortadamente.

— Ya no soy lo que antes era. Sentimiento y humanidad no tienen más cabida en mí. No puedo odiar, ni amar; eso son solo recuerdos. Vengo para despedirme por fin, algo que ya ni me pesa ni me duele. Se acabó todo. Hasta siempre.

Dicho esto, la extraña figura desapareción entre la niebla y se internó en el bosque.

La joven, con lágrimas en los ojos, miró la laguna, su laguna, de la que nunca más se separaría.

Todavía hoy se cuenta que algunas noches de verano se la puede oír sollozar, presa de una tristeza infinita, por algo que pudo ser y no fue.

lunes, abril 21, 2008

Eine Hölle in den Ardennen

Quizá ninguno de vosotros haya estado en las Árdenas, pero cada cual ha conocido su infierno particular. La frialdad y la insensibilidad del ser humano siempre ha sido siempreun tema que me ha fascinado, supongo que porque nunca lo he entendido del todo.
Sé que es una putada lo de los diálogos en alemán, pero le daba un toque de realismo que no podía dejar escapar y, que coño, me gusta más así. Al final pongo un glosario para los que desconozcan "das Sprache der Philosophie".

La humedad empañaba el cristal de su mira. El frío, intenso, aguijoneaba los poros de su piel. Fuera, en pleno invierno, la nieve se amontonaba, dando un toque de color a una ciudad desierta.

De repente, retumbó el cielo. Se escucharon varias explosiones en el otro extremo de la ciudad; el sonido era aterrador.

—Haubitzen[1] ...—murmuró otro soldado que se encontraba en la habitación— Es hat den Angriff angefangen[2].

El sonido de los obuses continuó durante horas, parecía no tener fin. El joven soldado se acurrucó en una de las esquinas de la habitación, como queriendo protegerse. Rebuscó pausadamente en su guerrera y, de ella, sacó una pitillera. Aterido, encendió un cigarro.

Gib mir eine Zigarette, bitte[3]. —dijo el otro soldado.

Echó mano de nuevo a su pitillera y le dio uno a su compañero.

Ich bin ein Steppenwolf, der allein in der Welt wandert...[4]—murmuró para sí.

Cuando el sonido de los obuses cesó, el sol estaba ya en lo más alto. La expectación inundó la habitación. Había llegado la hora, el momento que esperaban desde hacía días.

—Ya están aquí—se dijo.

El compañero, con la impasibilidad e insensibilidad que da el horror, comenzó a rezar. La cara del joven se tornó pálida; era un novato todavía en estos lares.
Los minutos que se sucedieron fueron los más largos de su corta vida. Aguardaba lo temido, su destino, su final.

De repente, voces en un idioma extraño alteraron la tranquilidad y el sopor, casi traumáticos, de la habitación. Los dos soldados comenzaron a cargar sus rifles, seguros ya de que la batalla había comenzado. Se encontraban en vanguardia; ellos serían los encargados de realizar los primero disparos.

Sie sind sehr lärmend, bastarde![5]—dijo el otro soldado.

El joven se apostó en una ventana, esperando...
Desde su mirilla pudo ver a los enemigos. La orden estaba dada; disparar al primer avistamiento. Eligió a su presa con tranquilidad, intentando retrasar el momento.
El disparo con mirilla no da lugar al anonimato de la batalla; cada muerto tiene un rostro, un rostro que jamás se olvida.
Apuntó a un oficial enemigo, observando y memorizando sin querer sus facciones. Tanteó el gatillo. De súbito, vino a su mente la imagen de su tierra, el verdor de los prados y el aroma de los pinos. Se sintió volar en nuevo universo, lleno de recuerdos y sabores. Todo había sido una pesadilla, pensó.

Schieβ, idiot![6]

Su dedo apretó por fin el gatillo. Un estruendo sordó salió del arma. El segundo que tardó la bala en destrozar la cabeza del oficial se hizo eterno.

Los soldados enemigos, alertados por el disparo, corrieron hacia el interior de la ciudad, buscando casa por casa; la caza había comenzado. Mientras tanto, las divisiones alemanas cruzaban el río, en retirada, al verse sobrepasadas en número.

Los recuerdos afloraron de nuevo. Solo era una pesadilla, se repitió, solo una pesadilla.
Estaba atrapado; no podía huir.
De hecho, ya llevaba tiempo atrapado.

Allí se encontraba un hombre, que se enfrentaba a la muerte, completamente vacío de voluntad. Su vida había sido siempre un infierno, repleto de dolor y sin sentido. Esta batalla solo había sido un infierno más, con distinto nombre.

Se levantó y con cuidado se colocó la punta del fusil en la boca.

Halt![7]gritó el otro soldado.

Ya era tarde. Había abandonado el infierno.



[1]. Obuses.
[2]. El ataque ha empezado.
[3]. Dame un cigarro, por favor.
[4]. Soy un lobo estepario, que camino solo por el mundo.
[5]. Son muy ruidosos. ¡Bastardos!
[6]. ¡Dispara, idiota!
[7]. ¡No lo hagas!

domingo, marzo 30, 2008

La carretera del mar

Había sido un día duro; no por el exceso de trabajo o por la pena en alma, sino por la absoluta falta de actividad. El día transcurrió sin pena ni gloria, a eso unido el exceso de ociosidad. Pasé el día de un lugar a otro, con caminar perdido; ora en el jardín, ora en el sótano.

Por tanto, debido a eso, cogí en cuanto pude el coche, y embarqué, entre alegre y ansioso, en busca de un destino incierto.
El camino, como ya iba siendo costumbre, me llevó al mar, por carreteras medio tierra, medio grava, apartadas de la infecunda modernidad.

Lanzado a la carrrera y con nubes de polvo en ristre, llegué a uno de los primeros pueblos que se dibujaban en la costa. No era la primera vez que pasaba por el pueblo (ni sería la última), pero nunca me había detenido.
No obstante, algo hizo que, impulsivamente, cambiara mi rumbo e hiciera que me introdujera entre las pocas callejuelas del lugar.

Una carretera, aún sin ser merecedora de tal título, se plantaba ante mí. Ésta, tras cruzar parte del pueblo, desembocaba en el mar.
La imagen, aderezada por los colores del atardecer, me transtornó; no pude sino seguir la carretera hasta su asombroso final.

Detuve el coche justo en el límite, que separaba el asfalto de la arena. Ya fuera del coche, aspiré con todas mis fuerzas el olor del mar, profundo y apegado, que había acompañado mis sueños desde que abandoné mi hogar.
Aterido-no llevaba chaqueta- continué con el divagar de mis emociones. El paisaje me ayudó a buscar con ahínco en mi interior, tan lleno de recuerdos que estaba.

Habían sido meses duros, casi sin tiempo para la reflexión. Pero todo lo malo, así como lo bueno, un día se da por acabado.

El sol, ya sin fuerza, intentaba refugiarse entre las olas y el huidizo horizonte, intentando escapar también de un día más bien adusto, falto de imaginación.

Con los ojos cerrados, sientiendo sólo el aroma y batir de las olas, me di cuenta de que ya nada sería igual; todo había cambiado, y para siempre.

La vida, la mía, se encontraba al final de la carretera; sólo había que cruzarla.

Schon sind sie hier. Mein Krieg begann. (Ya están aquí. Mi guerra empezó)

Susurré.

sábado, marzo 08, 2008

Las campanas de Santiago

Por todo el daño causado, porque hay afrentas que jamás se olvidan.

A todos aquellos que lucharon y luchan por nuestra dignidad.

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Por uno de los caminos que bajaban del Duero se podía ver, desde lo alto de una colina, una patética imagen. Un grupo de desdichados caminaba penosamente luchando contra la tierra y el viento. Entre ellos, una cuerda que les privaba de la libertad. El grupo estaba formado por unos cincuenta malnacidos; no por viles, sino por el mal momento y lugar al que por bien tuvieron ( y no por propia decisión) venir a este mundo.

Su caminar era pesado y fatigado; los más iban a trompicones, el resto arrastrándose por la yerma tierra. El látigo, en manos de crueles verdugos, no paraba de sonar, arrancando carne y lamento. Una decena de hombres (soldados) vigilaban la atípica columna; ni un suspiro ni traspiés quedaban libres del azote.

Dos hombres, barbados, observaban todo esto desde una colina. Vestían una gran túnica blanca, al modo andalusí y, uno de ellos, llevaba un pequeño gorro para protegerse del sol.

- Míralos, son escoria- dijo uno de ellos escupiendo al suelo.
- Estaban en el lugar equivocado.
- ¡En el lugar equivocado! Alá no permite el libre albedrío, todos estamos predestinados. Esos miserables son merecedores de su suerte.
- Tranquilizate Hakem, que no te venza el odio. Todos somos hijos de dios; unos toman la senda de Alá y otros eligen el camino equivocado. Ya decidirá Alá que hacer con el alma de cada uno.

Los dos hombres siguieron conversando mientras la gran fila parecía que se iba deteniendo. Gran alboroto se formó entre los prisioneros y varios alaridos en lengua mora quebraron el aire.

- ¡Señor, Señor!- llegó trastabillando uno de los soldados que guardaban a los prisioneros – los prisioneros se han rebelado. Han matado a dos de los nuestros y no podemos contenerlos.

No terminó de decir esto, cuando se oyó, de repente, el trotar de cientos de caballos. Brutales alaridos emanaban de los jinetes, la imagen era terrorífica. Al grito de “Alá es grande” embistieron contra los prisioneros. Los gritos de dolor y los alaridos de pasión se entremezclaron al clamor de las espadas, chocando, sin tregua, unas contra otras.

En pocos minutos, la matanza se dio por concluida. Los dos hombres, con la tranquilidad y la insensibilidad que dan los años de guerra, bajaron de la colina montados en dos caballos negros. Pausadamente, se dirigieron al lugar donde se encontraban los prisioneros. Varias decenas de cadáveres yacían apilados, la tierra de alrededor presentaba un tétrico color parduzco, mezcla de sangre y tierra.

Hakem, altivo y arrogante, pasó junto a los prisioneros que quedaban vivos (si a su situación se le podía llamar vida); su mirada irradiaba odio, un odio profundo y ancestral.

- Infieles, habéis cometido un gran error – dijo y escupió a un norteño rubio.

El hombre del norte, de mirada no menos orgullosa, se alzó y con ojos de locura asió al general del gaznate.
El revuelo fue enorme, un perro infiel tocando a uno de los favoritos de Al-Mansur, era intolerable. Toda la guardia acudió presurosa a socorrerlo.

- Perro…- murmuró entre dientes Hakem al verse liberado.

El general se recompuso como pudo, arreglándose el traje y el gorro y, con fuego en los ojos, se volvió a acercar al hombre del norte, esta vez agarrado por varios soldados.

- Como estaba diciendo, habéis cometido un gran error. Allá en el sur, en Córdoba, os esperaba la muerte, la liberación de vuestras almas. Sóis los portadores de las campanas, nuestro señor Al-Mansur, en su infinita bondad, sabría recompensaros y evitaros una vida de esclavo. Yo, en cambio, no seré tan compasivo.

- En cuanto a ti- dijo señalando al hombre rubio- clamarás y solo el cielo escuchará tu lamento. La muerte será una bendición que yo no te otogaré.
Con una señal, los soldados lo tumbaron y lo amordazaron en el suelo.

- Te enseñaré algo de lo que he aprendido durante estos años- dijo riendo a carcajadas.

Para poder entender el odio y el cinismo del general tenemos que remontarnos unos años atrás. Su hijo, el primogénito, combatía bajo las órdenes de Al-Mansur en el norte, en una de las tantas razzias contra los reinos cristianos. Una noche acampó con su batallón en un bosque no muy lejos de Burgo de Osma; al amanecer sufrieron una emboscada. Los que sobrevivieron, fueron llevados a la ciudad. Allí, fueron salvajemente torturados y pasados finalmente a cuchillo. Sus cabezas acabaron en la mesa de Al-Mansur.
Sabido esto, es fácil comprender el odio y la pasión que albergaba su mirada.

El general comenzó a despellejar poco a poco al cristiano con un cuchillo mal afilado. Los gritos de dolor podían escucharse a kilómetros.

-Grita perro, grita, veremos si tu dios te escucha ahora- gritó Hakem extasiado.

Tras despellejar la mayor parte de su cuerpo y, antes de que muriera desangrado, le fue cortando una a una todas sus extremidades. El desgraciado ya no gritaba, no tenía fuerzas; sólo se escuchaban leves gemidos. Después de más de una hora de sufrimiento, el general dejó de torturarle y ordenó la marcha.

No lo remató. Lo dejó agonizando, bañado en sangre, en la fría tierra castellana.

- Adelante infieles. Esas campanas, las campanas de Santiago, tañerán por siempre en Córdoba.

Al-Andalus, su infierno, les aguardaba.

domingo, febrero 17, 2008

Respuestas

Un pequeño hombre oteaba desde el borde de un afilado acantilado el imponente mar que se abría a sus pies. Las olas se estrellaban furiosas contra el litoral, buscando un lugar donde anidar.

El hombre intentaba encontrar una respuesta, una respuesta a su problema. Había lanzado su pregunta al aire, al vacío, al interminable horizonte.

El mar rugía incansable, no había tregua. La calma no existía, era una mera quimera. Roto de dolor, el cielo lanzaba sus impertinentes improperios a la tierra. Un vendaval tras otro, meciendo entre lamentos los pocos árboles que resistían año tras año su eterna furia. Las briznas de hierba se despojaban de su humedad para dar con el duro suelo; bastante agua había ya en el aire.

Un trueno desgarró el cielo. El hombre seguía con la mirada perdida en el horizonte. Sus negros cabellos seguían el tétrico ritmo del vendaval.

- ¿¡Dios, qué he de hacer?!

Sus gritos se perdieron el aire. Estaba desesperado. Necesitaba algo en qué creer, algo a lo que aferrarse. El suelo, su suelo, le parecía completamente inestable.

Gritó. Gritó con toda su alma. Era demasiado, era insoportable.

- ¿Por qué?

No halló respuesta.

De hecho, nunca la hubo.

En un último impulso corrió hacia el borde, luchando contra el viento.

Se hizo uno. Uno con el viento, uno con el mar, uno con la roca.

No halló respuesta.

De hecho, no existía.